sábado, 12 de mayo de 2012

CORNUDOS Y APALEADOS

Antes de caer la noche, y aún después, no se escucha otro canto en Bucarest que el de los aficionados del Athletic, que viajan eufóricos a lomos del destino que, esta vez sí, les promete un título europeo que llevan esperando todo la vida. Pocas horas después, el sueño se ha hecho trizas, está desparramado por el suelo como los tristes perros vagabundos que patrullan de noche la ciudad.

Pisoteados, los hinchas rojiblancos no saben qué decir aparte de que están decepcionados, que se habían hecho tantas ilusiones, todas, y que, claro, en esos casos el batacazo, en caída libre, suele ser tremendo y doloroso. Muchos lloran como niños. El rostro de otros es el reflejo de un alma en descomposición. Todos caminan aletargados. Zoombies. Alguno se siente más muerto que vivo.


Los sueños de la afición rojiblanca, rotos

La pesadilla ha durado 85 minutos -desde el primer gol de Falcao- de desesperación por el juego del Athletic, desbordado por la final, achicado por el peso de la historia, desdibujado, desconocido y aplastado por el Atlético. Un equipo a años luz de aquel que maravilló en su fascinante travesía europea.

En el National Arena de Bucarest había cinco aficionados del Manchester que habían comprado la entrada para la final antes de que los diablos rojos cayeran fulminados por el Athletic, un rayo deslumbrante en Old Trafford. Por eso, porque el de Bielsa había sido el mejor equipo que habían visto en toda la temporada, no vendieron el billete, cogieron vuelo y hotel y viajaron a Bucarest para volver a disfrutar con el juego sedoso de esos muchachos. Cuando salieron del estadio, creyeron que habían visto a otro equipo.

Un regreso eterno

Envuelto en el manto de la noche, el éxodo rojiblanco fue una marcha fúnebre. La mayoría se metió en los autobuses que les tenían que llevar al aeropuerto y allí permanecieron enlatados hasta cuatro horas en las que apenas se movieron 100 metros. Así se multiplicó la indignación que arrastraban -por el juego del equipo, por el resultado y por la injusticia histórica-. Los retrasos en el aeropuerto, de hasta cinco horas, fueron el combustible perfecto para el fuego de la ira. Se hablaba de un partido horroroso, de un equipo desnortado, de la karaja de este y el desacierto de aquel, de que, en conjunto, los jugadores no hicieron nada que sirviera de mínima apelación para no merecer la tunda que le dio el Atlético.

Aitor, Iñaki y Luisito aterrizaron a las 19.00 horas del miércoles en Bucarest, se fueron directos al campo, asistieron al esperpento encogidos y hundidos en su asiento de la zona del Atlético y volvieron a Bilbao en un vuelo que salía a las 4.00 de la mañana. Imagínense el mosqueo. Hay quien sintió un enorme alivio al llegar a casa por la mañana porque el final del viaje era también el final de una pesadilla que duró los 85 minutos y el descuento más largo de sus vidas, que son todas las horas que tardaron en regresar a Euskadi.

No es que nadie dudara de su fe rojiblanca. Todo lo contrario. Precisamente, explicaban, por eso les duele tanto este dolor. Las decepciones del corazón siempre son las más intensas. Los aficionados sintieron que el equipo no les fue fiel, que no se merecían un partido así. Abandonados por su amor eterno y maltratados por la organización de la final. Cornudos y apaleados.

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